Hay grandes maestros en detalles simples de la vida, aquellos de los
que aprender el mismo concepto de la existencia. ¿Por qué no ser
discípulos de un concepto?
Soy discípulo del silencio, del miedo, de la
risa... Podríamos aprender tanto de un solo concepto si lo nombramos
nuestro maestro que, al paso siguiente encontraríamos un nuevo universo
con el que iluminar nuestro espíritu, y otro y otro. Nos abriría las
puertas a su mundo para entender en profundidad, en mente, cuerpo y alma
aquello de lo que está hecho e integrarlo, hacerlo nuestro,
interiorizar la inmensidad de todo cuanto lo compone para ser y existir
con ello, uno, avanzando hacia la comprensión y autoconocimiento de lo
que nos une a ese concepto.
Creo que justamente eso es lo que hacemos
con los problemas, aunque realizar esa misma conexión con los detalles
conceptuales de la vida puede ser, seguramente mucho más satisfactorio.
Soy
discípulo de la música, del aire y del viento, de la espera y del
sufrimiento, de la noche y de nuevo del silencio. Aprendo a ser
respiración, a mirar profúndamente las hojas de aquel árbol. Soy
discípulo inquieto al darme cuenta de que todo aporta algo.
Soy
discípulo de Nadie, para poder ser Todos. Aprendo a dar un sentido a
cuanto emerge vivo y cierto de cada detalle en la vida. Soy un niño
discípulo y maestro, al permitir que cada concepto me muestre cuanto ya
me está enseñando.
Después sonrío satisfecho en la digestión de cada sorpresa y permito. Soy discípulo del silencio.
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